sábado, 16 de noviembre de 2013

Luz

Y el cerro se encontró con el mar en un apasionado encuentro en el que, sin querer, desaparecieron de la faz de la Tierra.
Las esquirlas se incrustaron en el cielo adolorido, enmantado de miseria y después de años, dejaron entrar un delgado hilo de luz a las llanuras que se esparcían sin vergüenza por todo el horizonte.

Luz que alimenta la piel, luz que ríe;
luz que danza, luz que llora, luz sanadora.

Luz que se estremece, que vive.

De pronto, frente a la inmensidad que aplaudía, los seres se encontraron en santo consuelo,
abrazándose desde lejos, clamando por la libertad... la libertad forjada en la lucha entre la desidia y el orgullo.

Cielo, cántame tu canción. Alegra la mañana con tus rayos, invítame a caminar; susúrrame tu melodía en el alba, y en el atardecer, arrópame con tu canción de cuna.

Que las letras no danzarán hasta que el corazón no lata... no lata con el ritmo del universo. Todo en perfecta armonía, todo en sincronía.

Ya se vivió de noche por mucho, y acaba de amanecer.

Cuando el cerro y el mar se encuentren, no habrán más esquirlas en el cielo, porque de él sólo vendrá el sublime calor de la esperanza.